martes, 23 de octubre de 2012

Ciao, Marco.

Eras diferente. No eras como los demás, eras alto, con aspecto desaliñado y una cabellera inconfundible. Aquellos rizos que sobresalían de tu casco, buscando protagonismo y dándote un aspecto distinto al de cualquier otro. Tu envergadura siempre fue tu mayor hándicap, pero nunca un impedimento para hacer lo que amabas por encima de todo: ir en moto.

Allá por 1987, en Cattolica, nació un niño que estaba destinado a ser leyenda. Aquel niño desarrolló una pasión antes que cualquier otra cosa, la pasión por el motociclismo. El pequeño Marco luchó contra todas las pruebas que le puso la vida, hasta que en 2002 cumplió el primero de muchos sueños: correr en el Mundial. Ahí, siguió peleando por sus ilusiones, y en 2008 llegó el momento más esperado: ser campeón del mundo. El sueño más grande, hecho realidad en forma de campeonato del mundo de 250cc. En aquel momento, Marco era feliz. Aquel niño que aprendió a pilotar una moto antes que a escribir, había alcanzado el sueño que tantas noches imaginó conseguir.

Tras el segundo sueño, vino uno más. En 2010 llegó al lugar de los grandes: MotoGP. La categoría reina sería testigo de su progresión y mejora. Agresivo como ningún otro, con un pilotaje extremo e irrepetible, poco a poco fue dejando su huella. La siguiente temporada, 2011, empezó mal, se cayó en varias de las primeras pruebas y en otras no terminó de culminar. Pero entonces, llegaría el momento de hacer realidad otro sueño. En la República Checa, el circuito de Brno vio como aquel chico de 24 años subía al podio de la máxima categoría por primera vez en su vida. Allí, sobre el podio, la sonrisa de Marco volvió a brillar, y su melena peleó de nuevo para poder entrar en una gorra que no daba la talla. Esta misma imagen se repitió en tierras australianas, donde volvió a experimentar las sensaciones de subir al podio, haciendo gala de su destreza sobre la moto.

Y poco a poco, llegamos a aquel fatídico momento. El destino decidió poner fin a la historia de un prometedor piloto, de una persona especial. En Malasia, el Sepang International Circuit, cuyas iniciales son, curiosamente, las mismas que las del nombre de Marco, fue testigo de cómo su corazón se paraba cuatro minutos antes de las cinco de la tarde, las 10.56 en España. Justo a esa hora, se paró el reloj. El tiempo se detuvo en un instante que será eterno, un instante que jamás caerá en el olvido.

Tu vida se quedó en la curva número 11 del circuito malayo. La dejaste allí, junto a tu pasión por la moto y a tus ganas incombustibles de pilotar y demostrar tu talento. Pero tú no te quedaste allí. Tú sigues con nosotros, sigues iluminando el deporte que amabas con tu sonrisa, aquella sonrisa que nunca desaparecía de tu cara.

Te marchaste dejando atrás una vida de sueños cumplidos, y quién sabe si un futuro aún mejor. Hoy, exactamente un año después de tu marcha, todos te echamos de menos y soñamos con volver a verte sobre la Honda número 58. Esto no es lo mismo sin ti. Pero seguiremos adelante, luchando por el deporte que tú amabas e hiciste grande con tus logros. Allá donde estés, sigue dando gas, tumbando al límite en cada curva, sacando los codos y las rodillas como solo tú sabes. Aquí abajo tu recuerdo sigue vivo, y así seguirá siempre, porque las personas no mueren mientras son recordadas. Y justo por esto, tú, querido SuperSic, serás eterno en el tiempo.

Siempre 58.

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